El siglo XVI vió brotar como por encanto sobre el suelo de Sevilla y bajo su cielo siempre azul, esos monumentos de piedra de que tantos nos envanecemos ahora.
Riqueza que poco ha cambiado a pesar del tiempo trascurrido, y que da testimonio irrecusable de la cultura del que con tanta razón se llama siglo de oro de las letras y de las artes sevillanas.
En los primeros tercios de aquella centuria, se construyó el bizarro palacio llamado Casa Pilatos, y el grandioso edificio del hospital de la Sangre; se formó la célebre Biblioteca Colombina; se añadieron los tres cuerpos de arquitectura cristiana a la torre que fue de la mezquita mayor; se construyeron el Consulado o Lonja del comercio de Sevilla, y las Casas Capitulares; se hicieron grandes obras de ampliación y ornamentación en el Real Alcázar; se transformó la pestilente Laguna en es extenso paseo de la Alameda, embellecido con las colosales columnas llamadas de Hércules; se dispuso el edificio de la Aduana; se hicieron grandes obras de reparo y defensa contra las avenidas del Guadalquivir, y en nuestra incomparable Catedral, se construyeron la Capilla Real, la Sacristía Mayor y la Sala Capitular; se labró la Custodia y el famoso tenebrario; se tallaron la sillería del coro y el magnífico facistol; se forjaron las tres monumentales rejas rejas que cierran la Capilla Mayor y se puso digno remate a esta serie de obras maestras que tanta fama han dado a nuestro templo metropolitano, con su incomparable retablo mayor.
Y unida a aquella gloriosa legión de arquitectos, escultores, entalladores, artífices y laboriosos industriales y artesanos, que levantaron el concepto arquitectónico y artistico de Sevilla a tamaña altura, trabajaron sin descanso en su engrandecimiento intelectual, otros tantos claros varones; los unos llenando todo el siglo con su luz, y los otros comenzando a producir vivísimos destello de la mucha luz que habían de irradiar en el siguiente.
Entre ellos, Rodrigo Caro, doctísimo anticuario; Fernando de Herrera, el Divino, principe de la escuela poética sevillana; y Juan de Mal-lara, célebre humanista y poeta dramático que convirtió su casa en Academia donde se reunían los ingenios sevillanos.